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SANTÍSIMA TRINIDAD

"Cuando alzó los ojos y miró, he aquí, tres hombres estaban parados frente a é"

Gn 18, 2

Imagen de la visita de los tres personajes celestes a Abraham y Sara. La hospitalidad de Abraham es una grande tradición en la Iglesia porque nos da una imagen no muy frecuente de Dios. Esto es, Dios huésped. Dios que se hace huésped del hombre y dicha hospitalidad hace al hombre fecundo. Abraham y Sara no pueden tener hijos. El Señor recuerda a Abraham que no es el señor de la vida y para poder tener ésta vida debe dar hospitalidad. El primer gesto de la Fe es la hospitalidad, la acogida. La primera verdad de la Fe es acoger.

 

 

 

En la visita de los tres ángeles Abraham recibe la bendición: Sara tendrá un hijo, más no solo, sino una multitud de hijos, es decir, todos aquellos que creerán. En él serán bendecidas todas las naciones.

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La composición de los tres huéspedes en el encinar de Mambre (Gen 18, 1-15) se ha mantenido como la composición de Andrej Rublev, es decir, el de la izquierda es el Padre, en el centro está el Hijo y a la derecha está el Espíritu Santo. Ésta imagen ha sido para la tradición la única imagen de la Santísima Trinidad. Rublev ha sido un revolucionario al ser el primero en dejar fuera a Abraham y a Sara, y representar éstos tres ángeles como el misterio de la Trinidad de las personas. Detrás del icono de Andrej Rublev (1411 142 cm alto x 114cm ancho) está escrito: ICONO DE CRISTO SALVADOR.

Por tanto la figura central es el Hijo. El ángel de la izquierda es el principio del movimiento, el otro lado del movimiento es el Espíritu Santo que mueve su cabeza hacia el Hijo, y el Hijo hacia el Padre. Es del Padre que parte el movimiento del viento, porque es el principio, sea de la vida trinitaria que de cualquier vida. Entonces éste viento que parte como principio de la vida mueve el manto del Padre hacia los otros dos. Y el movimiento del manto del Espíritu Santo es opuesto, es decir, mueve el manto hacia el Hijo y el viento mueve el manto del Hijo hacia el Padre. Esto es importante para subrayar que la base de la teología Trinitaria es la unidad de las personas.

El juego de los rostros. Al Padre nadie lo ha visto, nadie lo conoce. En efecto el Padre comúnmente era representado por la mano o por el ojo. Él mismo en esta danza de las alas se esconde y muestra sólo un ojo. Al Hijo se le ve el rostro, pero el ala del Padre pone en común un ojo del Hijo con el suyo, porque sólo el Hijo puede tener una mirada hacia el Padre y hacia la creación continuamente. La persona totalmente descubierta (aunque si todos dicen que no se sabe nada de él) es el Espíritu Santo, porque es el más cercano a nosotros. Porque de los tres no es cierto que el más íntimo a nosotros es Cristo, por el hecho de haber asumido nuestra humanidad, ya que ésta habría sido para nosotros absolutamente extraña sino está el Espíritu Santo que nos hace ser hijos en el Hijo.

El único que nos mira directamente es el Hijo, porque nosotros nos miramos en Él. No existe ninguna otra humanidad sino aquella que Cristo ha poseído, asumido. Pero solo el Espíritu Santo está todo descubierto y mira hacia el Hijo y hacia el Padre.

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La persona central resalta por el rojo (divinidad) intenso de la túnica que contrasta fuertemente con el azul (humanidad) del manto con una mezcla de oro que nos recuerda su divina-humanidad. El Hijo señala en su costado la herida. La cual significa el sacrificio de la Redención que ofrece al Padre y el cual es aceptado y bendecido por el Padre. Las tres personas son semejantes en el rostro. Lo que cambia es el color del vestido. La túnica del Padre es roja y contrasta con un manto blanco mezclado con oro. La túnica del Espíritu es blanca y lleva también un manto blanco mezclado con oro. Los tres sentados a una mesa que nos recuerda un altar en cuyo centro se encuentra el cáliz.

En la parte superior se encuentran un árbol (la encina), una casa y una montaña. La casa es el lugar de la presencia de Dios en medio del pueblo (templo en el AT; Jesús y la Iglesia NT; y también la casa del Padre, en el cielo futuro). El árbol es el lugar de la prueba (la prueba que vence al hombre en el árbol del bien y del mal del que come Adán y aquella en la que el hombre sale vencedor en el árbol de la cruz). La montaña es el lugar de la ley (Sinaí AT y Sermón de la Montaña NT), también el lugar donde Elías percibió al Señor como “el susurro de una brisa suave” (1 Re 19,12), ámbito del misterio: la elevación, el éxtasis. Montaña es el lugar de encuentro, de la revelación de Dios.

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